malkovich, malkovich. para uzi.


a mis treinta años y siete días decido retomar con la rutina de paciente. volver a los estudios de control, a esas cosas que obligan a levantarse temprano. perder el hábito de levantarse temprano implica odiar levantarse temprano cuando hay que hacerlo, más sabiendo que el destino es el hospital, más precisamente por la naso. pie izquierdo en el piso y el café a medio empezar. sólo hervía el agua, mientras me cambiaba, me lavaba la cara y hacía lo que cualquier ser humano común y corriente hace cuando se levanta. el orden de los factores a la mañana está alterado un ciento por ciento. siete y treinta y seis fue el momento en el que decidí abrir los ojos. miento, fue en el momento en el que decidí ponerme los anteojos, que es otra cosa. decidí enfrentar el día sabiendo que ella no vendría. pospuse el día de hoy meses y no salió como lo planeé. un día par, un día borgeano, un día doble. siete y cincuenta y ocho (y cincuenta y nueve para el de la radio) ya estaba en el colectivo, sentada en el primer asiento, con la certeza de saber que en algún momento debía cederlo. dicho y hecho, una embarazada me pide el asiento. la señora sentada a mi lado se enojó no sé por qué. 

*la embarazada se baja del colectivo, intento sentarme otra vez, ahora esquivando a la señora, es decir, yo quedé del lado de la ventana. de repente, veo unos ojos enormes, azules, duplicados, unos gemelos habían subido al colectivo llorando, tuve que ceder el asiento otra vez (creo que a un señor con bastón). viajé parada hasta destino. de manera simétrica los hermanos se habían sentado en asientos distantes pero ubicados estratégicamente igual uno del otro. lloraban mucho, lloraron mucho, hasta que se durmieron. tenían la misma ropa y ambos tenían la misma mochila. cuando bajé tuve que caminar hasta la parada de otro colectivo, 09:54 decía el noticiero en televisión gigante. el colectivo ya se iba, maldije haberme distraído viendo que a mi izquierda pasaba el colectivo que la hubiese traído, se me cerró la garganta en ese momento, los ojos se me llenaban de lágrimas. tomé el colectivo y llegué puntual. aviso como siempre con tiempo que ya me encontraba en el hospital. la gente va y viene y no sabe dónde va. muchas veces me empujan (insisto en que la gente ya no me ve). el pasillo final se divide en dos cual tragedia griega. yo debo elegir entre ORL y MORGUE (Laboratorios Roemmers). subo al primer piso, había bastante gente que luego me odiará por pasar primero. me llaman, dicen mal mi apellido o me agregan nombres. los que no me conocen preguntan, ella, fracturada, viste de rosa y le digo que le sienta mejor el violeta. me siento, lidocaína y el fibroscopio o como mierda se llame. quise disimular las lágrimas, la lidocaína no había hecho efecto y sentí el estudio hasta el ovario izquierdo. para llorar la mejor excusa es que la lidocaína no había hecho efecto. mi alumno de turno intentó dos veces, yendo y viniendo con ganas de encontrar petróleo en la patagonia. la doctora dice que está todo bien, que vuelva en unos meses. le pregunto si está bien, ella hace lo mismo y me largo a llorar. ella iba a venir, le dije, pero ya no me quiere. vamos, m'hija, me dice, pasaste por cosas peores. lloro mares y la gente tiene que seguir entrando. sigo llorando en el pasillo, la gente no me ve, la gente entra y sale y no sabe a dónde. saludo. me voy. creo que los escalones eran pares, aunque nunca supe cómo se cuentan los escalones. lloro mares, la garganta se me anuda, meto las manos en los bolsillos, pensando en la extraña posibilidad de caerme con las manos en los bolsillos. su mano ya no está en mi mano, pienso. su boca no está en mi boca y ella de mi mente no se va. esta vez, el colectivo que la hubiese traído me pasa por la izquierda. no paro de llorar, una señora me pregunta si estoy bien, respuesta fácil: sí. cruzo. tomo el colectivo que me deja en casa. llegué e intenté dormir.

*retomo el relato dos meses después