me enamoré de la invitada


me enamoré de la invitada. nueve y veintitrés salgo de casa, advertida por madre de que puede no haber colectivos. que te lleve tu padre, dijo. no quiero, le dije. esperá que papá quiere hablar con vos. previo a esto mi papá hacía señas cual superviviente del titanic dando a entender que quería hablar con mamá. ¿viene conmigo? no, bueno. no, nada más. chau. sus diálogos son interesantísimos y breves, si los viera beckett se los come crudos. antes de salir, para espabilarme un poco me bañé con agua caliente, de esa que empaña todos los espejos y los anteojos orgánicos. mate cocido al microondas, galletitas de coco (tres) y a la calle. nueve y veintitrés. llego a la parada del cincuenta y seis. veo que pasan todas las líneas de colectivo. pensé que el cincuenta y seis no podía fallarme y menos en un día peronista como este. confirmando con mi mano en el bolsillo que no me alcanzaban las monedas para sacar boleto, sumado a las pocas ganas de buscar más monedas en la mochila (que es un trámite bastante engorroso si se tiene en cuenta el frío que hacía) le pregunto al tipo que controla que los colectivos lleguen a horario y además vende boletos si pasa el semirápido (sic) me dijo que sí, ¿uno noventa, no? sí, me dice. para conseguir más monedas le pago con diez. mientras tanto un tipo renegaba en la parada y hacía gestos de reloj pulsera como si eso hiciera que el colectivo llegara más rápido. nueve y veintisiete llegó el colectivo. venía semivacío. subo y noto que el primer asiento está vacío. no me siento (siempre que me siento, sube alguien que lo necesita, llámese persona mayor/de movilidad reducida/embarazada sin olvidarme de nombrar al oportunista que se hace el dormido en el momento oportuno). unas cinco o seis paradas después, a las nueve y cuarenta y siete el colectivo sube a la autopista. nadie. escena el mejor estilo película post apocalíptica. el interno mil cincuenta solo en la autopista. mientras tanto el señor del gesto reloj pulsera refunfuñaba sobre la demora (?) del colectivo para llegar a destino. dos paradas después que yo subió una chica que saludando al colectivero le comentó que escuchaba el partido y de esto nos enteramos todos. me arrimo a un asiento en el que la señora que lo ocupaba iba leyendo el amor y su no sé qué y la señora sentada al lado leía lo que dicen tus ojos de florencia bonelli. a juzgar por las editoriales, supuse que la primera bajaría primero, en congreso, más precisamente. mientras escuchaba al señor del gesto de reloj pulsera. minutos después la chica que saludó al chofer gritó gol de una manera que casi me infarta. a lo que la señora que leía el libro de bonelli dijo qué desubicada. unos minutos después la chica gritó otra vez y unos taxistas tocaban bocina mientras la gente se abrazaba en la calle como si hiciera años que no se veían. finalmente en congreso se bajaron varios pasajeros, la chica que gritaba los goles, el señor del gesto de reloj pulsera y la señora que leía el libro del amor. me siento y me pongo a leer tiempo de silencio de martín-santos. muecas tiene, es lo que recuerdo y otras cosas que no vienen al caso. en menos de diez minutos llegué a destino. llegué a la obra social a las diez y trece minutos. una cuadra antes le grité a una chica que queme la corneta de mierda con la que me taladró el cerebro desde tres cuadras antes. al mismo tiempo que llegaba a la obra social llegaba estela que es a quien yo iba a buscar. entramos, saludamos, ella fichó mientras yo llamaba el ascensor. subimos, saludamos, aguardé como les gusta decir a ellos y me dio lo que yo iba a buscar. hasta luego dije. mientras se peleaban buscando el teléfono del hospital rossi de mar del plata. bajé, saludé y me fui a tomar el colectivo para ir a la otorrino. tomé el noventa y nueve hasta tucumán y ayacucho. llegué a las diez y cincuenta y siete. mientras bajaba del ascensor escuchaba a mariela hablando con marcos. llego y saludo como corresponde. buen día, buen día me dicen. la doctora se va y saludo a marcos, el de orientación (no es recepción, es orientación). le comento que ayer me atendió su hermano y él me presentó a su mujer. le dí el sobre. me senté. esperé para llenar la planilla y mientras escuchábamos una canción que dice "una vela, una vela, una vela". mientras, una chica me ponía nerviosa intentando dormir al bebé que tenía en brazos. después llega una señora diciendo que tenía turno con una doctora pero que no se acordaba el nombre (de la doctora) a lo que marcos le dice ¿me permite el carnecito? (cómo odio los diminutivos). su turno es a las once y veinte, le dice, ah, sí, lo anoté once y cuarto para llegar antes. con la doctora rodríguez ruiz, le dice marcos a lo que yo le digo, mariela, para los íntimos y él me responde sí, euges, para vos sí. también llega un matrimonio de personas mayores, el que se atendía era el señor. la doctora pasa al consultorio al mismo tiempo que me dice vení vos. entré atrás de marcos. mariela le pedía que busque algo en internet y marcos no le dio bola. me quedo con la invitada a solas en el consultorio. tengo que hacerte el prequirúrgico, ¿no? me dice, sí, le digo. me comentó mercedes, me decía ella y yo no podía sacarle los ojos de encima al collar que tenía puesto. ella llenaba papeles, yo buscaba el carnet y no podía parar de mirar el dije que tenía puesto. en un momento le comenté que me encanta el dije de su cadena, un diseño que conozco muy bien, lo que ella me confirmó lo que yo creía. dentro mío pasaban dos palabras: me enamoré. me gusta mucho, mucho, mucho, le dije. es muy lindo, me dijo y lo uso porque la gente no sabe qué es (me encanta decir la gente, se ve que a ella también). yo le decía el número de la obra social, barra cero cero, le dije, soy la titular. mirá vos, me dijo, ¿qué hacés? me preguntó, tapaditos de piel, ¿no me vas a retar como hace la gente? no, me dice, no me meto en la vida de nadie y nadie se mete en mi vida, me dijo, y yo le respondí que era una buena filosofía de vida. ¿dónde trabajás? en marcelo t. y suipacha, le dije, mirando su pecho estupidizadamente. ¿querés que te cuente yo? me preguntó, como si supiera que la busqué en internet y vi todo su curriculum. estoy frente a una eminencia, le dije, no, me respondió, estás frente a una mina que se rompe laburando. le comenté sobre la biopsia y el tejido para anatomía patológica. quiero que lo vean éste o éste señor, me dijo. googlealos, están. la obra social los puede contactar. éste es de la u.b.a. y éste fue profesor mío. mi cara de felicidad aumentaba. todo se encarrilaba. la saludé con un abrazo y un beso. le dije, nos vemos, señora, señorita, todavía no me casé. sonreí y hablé con marcos para ir la semana que viene con los estudios. me tomé el ciento nueve para ir a la obra social y autoricé todo. contactaron a simón y todo viento en popa. pasé por mi trabajo, les comenté las novedades y ellos también, todo sigue igual, me dijeron, mientras yo pensaba que había que hacer algo. fui hasta retiro a tomar el tren a colegiales de las catorce cero tres. era el día del vendedor ambulante. uno vendía una cuchilla, otro vendía chicles y otra ofrecía algo y nos invitaba a tenerlo en la mano y a verlo sin compromiso. también pasó una chica con su hermano discapacitado pidiendo una colaboración, de esas que están escritas en fotocopias viejas y manoseadas escritas con faltas de ortografía. pasaban hambre, pero el tamaño de su culo decía lo contrario. pobre niño el niño pobre. llegué al sanatorio, iban por el veintinueve, yo tenía el treinta y uno. mientras buscaba los papeles, llegó mi turno. pedí los turnos y me los daban para el seis de julio, ¿antes no hay nada? le dije, no, hubieses venido cuando te dieron las órdenes, me dice, me las dieron hoy (estúpida), ¿hoy es diecisiete?, me dice, sí (estúpida), le digo, así como llegue a mi casa, los cancelo, ¿cuándo te operan? si pudieran, me operan hoy, le digo, no puedo esperar. cancelalos en la central de turnos, me dice, sí, ya sé, el teléfono lo debo tener en algún lado, le digo y me saca los papeles para anotar el teléfono que hasta hace unos meses me sabía de memoria. hice unas cuadras, comí en mierdonals y volví a mi casa. la las dieciséis y treinta llegué a casa. desabroché las órdenes de los papeles con el turno ad infinitum y me fui a la clínica del barrio. ah, es electro con riesgo quirúrgico, serían cincuenta pesos, si querés te atiende ahora, si te parece, primero te atiende el cardiólogo, ¿si?, me dice, sí, le digo, espero. consultorio ciento uno, primer piso, me dice, le pago y subo. en el ciento dos hay una ginecóloga que llama a sus pacientes por el apellido alguien más y las mujeres pasan y le dicen su verdadero nombre. se escucha todo, prieto (¿silvia?) se tiene que hacer una ecografía transvaginal, mientras un visitador médico llena de cajas a los doctores mientras los alguien más entran a los consultorios, son pañuelitos descartables con nuestro logo, doctor. como si uno viese lo que tienen dibujados esos pañuelos, yo despediría al de marketing, es algo descartable el pañuelo de papel. el doctor salomón atendió a una señora antes que a mí, yo era la última. ¿vos sos la del prequirúrgico? sí, le digo, pasá. por el decorado juraría que también atienden los pediatras en el ciento uno, un consultorio rosa que le daría envidia a mi pediatra de esa misma clínica veinte años atrás y del piso de abajo. ¿fumás?, no, ¿tomás?, no, ¿drogas?, no tengo, le dije, no, excepto las legales, no. ¿de qué te operan? biopsia de cavum, le dije. ah, bueno, me dijo. sentate ahí, me dice, señalando la camilla rosa con un plástico transparente cual cubre mantel de casa con niños pequeños. me toma la presión y me recuesto en la camilla. levantate la remera hasta acá, me dice, aguardá unos minutos. ¿está todo bien? le digo, sí, todo normal, me dice, le pregunto su nombre, martín, me dice. lee el electro mientras llena la hoja del prequirúrgico. suerte, euge, me dice. gracias, igualmente, le dije. me fui.